Esto me sucedió hace unos cuatro años, cuando trabajaba para una contrata de Telefónica. Fui a una instalación el el barrio Los Baños de Sestao, para quien no conozca este barrio, se podría decir que tiene una zona algo marginal.
Tenía que instalar una toma de teléfono adicional. Entré en un portal destrozado y subí tres pisos llenos de polvo, madera que crujía y juguetes rotos (¿?). En el piso me encontré con una pareja de gitanos de unos treinta años, en comparación con la escalera tenían el piso bastante mejor, aunque sucio. Les seguí al salón donde me mostraron una toma de teléfono junto a la ventana.
-Queremos que nos pongas otra toma en la pared de enfrente.
Perfecto, no había ningún problema, grapar siete metros de cable por el lado del salón que quisiesen y poner la toma. Quince minutos.
-¿Por dónde quereis que os lo ponga? ¿Por ese lado, rodeando la puerta, o por la otra, pasando el cable por detrás del armario? A mí me da igual.
-No, no lo queremos así.
-¿Y entonces? -pregunté divertido.
-Mira, coges el cable, lo subes recto por esta pared, lo sujetas bien arriba, lo llevas colgando hasta la lámpara, das un par de vueltas a la lámpara y lo llevas colgando hasta el centro de la otra pared y me lo bajas hasta el rodapié.
Me quedé a cuadros.
-¿Y por qué lo quieres así?
-Pues para colgar la ropa, claro.
Y así se lo instalé, claro, aunque no sé cuanto tiempo le duró la chapuza.
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