Un asesinato en la Facultad de San Antonio, el rector asesinado, los profesores sospechosos y... un libro muy aburrido.
Me encantan las novelas negras, tanto las que tratan sobre un detective duro y mujeriego que va reventando narices a puñetazos, como las que son un jeroglífico que se van desvelando poco a poco, ésta es de esa clase. Nos presentan un asesinato y a los sospechosos en las primeras páginas y el detective, que parece salido del cuarto de baño de Freud más que de una comisaria comienza sus interrogatorios y pesquisas.
La historia transcurre muy lentamente y todos los personajes son tan inteligentes y nos lo demuestran tantas veces que resultan impersonales y repelentes. Durante el tramo central de la novela me preguntaba cómo el asesino no se había llevado alguno más por delante.
El autor debe ser todo un amante del psicoanálisis y hace tal proselitismo de él que los personajes sólo parecen títeres con esa única función.
Teoricamente el libro es uno de esos pequeños clásicos del género. Igual es que yo no he sabido apreciar la maravillosa estructura interior que hace funcionar a la historia, pero es que me ha parecido un verdadero coñazo.
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