Ayer pude visionar en La 2 está película de 1999 de Woody Allen, una narración sobre la ficticia vida de un guitarrista en Estados Unidos en los años de entreguerras. Una película bastante divertida e inteligente, como (casi) siempre.
Sean Penn está enorme como músico obsesivo, cleptómano, proxeneta, misógino, alcohólico, aficionado a matar ratas a balazos en el vertedero y ver pasar trenes. En el lado femenino Samantha Morton resulta muy interesante como muda de buen corazón y eterna paciencia. Pero no es una película de actores, es un película de jazz. La música siempre está presente, bellas melodías de jazz y blues, y guitarras maravillosas.
Pero lo que más me gustó es la forma de contar la historia. Allen no se anda con prisas, maneja el tempo y huye de estridencias y exageraciones. Y poder degustar de un film tranquilo en está terrible invasión de sourround y fx que no cuentan nada es todo un placer.
sábado, 11 de agosto de 2007
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