Se puede morir por la miseria de otro -los estados emocionales son tan contagiosos como las enfermedades-. Puede parecer que se está ayudando al hombre que se está ahogando, pero sólo se está precipitando el propio desastre. Los desafortunados a veces traen la mala suerte a sí mismos; también la traerán hacia los demás. Debemos asociarnos con felices y afortunados.
Este es el capítulo más evidente. Hay gente que es como una bomba de relojería dispuesta a destrozarnos la vida, sin ser su intención. Recuerdo que estuve saliendo hace tiempo con una chica de Llodio, una bala perdida, rompía todo lo que tocaba. Tenía adicciones y se pasaba la vida destruyendo a los demás, era absolutamente dependiente de todos los que le hiciesen caso y un día te levantabas y te encontrabas metido en un trapicheo ilegal que ni conocías y con una de las peores resacas de la historia. De haber seguido con ella...
Según el libro hay que evitar a estas personas como sea, no tener piedad de ellas. Y de esos trata el libro, de tratar a los demás como perros.
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