jueves, 30 de agosto de 2007

Wimax por ETT. Anécdota laboral (II)

Estaba trabajando para una empresa medianamente grande que se movía por toda la península. El 70% de los técnicos que estábamos allí trabajábamos vía ETT, algunos llevaban más de dos años, y me habían cogido para instalar sistemas Wimax. No tenía mucha idea de cómo funcionaban, pero parece que les convenció mi perfil, o igual cogían a cualquiera ¿quién sabe? Después de desplazarme cuatro días a aprender decidieron que ya estaba listo para trabajar.

En mi ciudad no tenían a nadie más trabajando en aquello, había algunos instaladores de ADSL con los que compartía almacén, pero nadie más, cualquier tema debía gestionarlo por teléfono o mail. Por las mañanas iba al almacén, descargaba el correo con las órdenes, cogía el material y me iba a intentar hacer la instalación. Digo intentar porque a nivel estructural salían muchísimos problemas y muchas ordenes eran simples comprobaciones de que la antena enlazaba con la estación base, aparte de otros problemas que surgían.

El quinto día tenía que instalar un wimax en un concesionario de coches que estaba a 180 kilómetros de mi ciudad. Como tenía órdenes de no meter horas extras, en esas ocasiones sólo trabajaba cuatro horas, las demás las empleaba en la ida y vuelta.

Me presenté en el concesionario y tras dar explicaciones de por qué llegaba tarde, el encargado de mantenimiento me dijo cómo querían la instalación: tenía que tirar unos 80 metros de cable por encima del techo. Sumando la tirada de cable, el tiempo que tardaría en orientar la antena y en programar todo, calculé que serían unas ocho horas. Vamos, dos días. Al decírselo llamó a su jefe y éste vino hecho una furia, comenzó a gritar y señalar de un modo bastante agresivo. Le avisé de un modo bastante cortante que si quería decirme algo estuviese tranquilo o me iba de allí. Se fue.

Quedaba por ver dónde querían colocar la antena. El de mantenimiento me llevó a la parte trasera y me señaló el lugar. Estaba a unos quince metros de altura y no existía ninguna trampilla para subir. Pero tenían una pequeña elevadora que habían alquilado por 500€. Yo ahí no me subía, pensé. No tenía ni idea de utilizarla, ni tenía EPIs y tengo cierto respeto por las alturas. Llamé a mi encargado y se lo comenté, él me dijo que debía subir, que era mi obligación y que el cliente había hecho un esfuerzo y que yo debía hacer lo mismo. Le dije que no y él dijo que me daba 100€ si hacía la instalación. “Vamos, que me puedes 100€ más por cada instalación”. Le dije. Pero me negué de nuevo a subir y me amenazó con irme a la calle. “Que no, que no. Que no subo a 15 metros de altura en una elevadora que no se manejar”, “Al menos sube a ver si enlaza la antena con la estación base”. De muy mala hostia subí con la antena y el alargador. Estaba acojonado. Coloqué la antena de un modo que era imposible que enlazase y llamé a Soporte. “Nada”, me dijeron. Bajé y se lo dije al de mantenimiento, la instalación era inviable. Llamó al jefe que vino al trote y berreando. Le paré en seco. “¡Calla!”. Telefoneé a mi superior y le comenté que el cliente quería hablar con él, me dijo que no tenía porque hablar con él, que esa parte del trabajo era cosa mía. Le pasé el teléfono sin pedirle permiso. Estuvo gritándole durante quince minutos. Mientras, recogí mi herramienta y esperé en el coche. Cuando acabaron uno de los empleados me devolvió el móvil. Me fui de allí sin hablar con nadie más. De vuelta me gasté 25€ en un menú.

Estuve tres días esperando que me despidiesen, pero no tuve noticias. Seguí trabajando un mes más, sin que nadie me llamase para nada, hasta que me cansé de hacer el tonto para ganar una miseria y me fui. Con mi encargado no volví a hablar, siempre que quería algo me llamaba s secretaria.

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